Hace varios años leí esta historia a la que hoy hago referencia. Después de estar pensando durante un rato cómo encontrarla, finalmente recordé que es de Jorge Bucay y pude localizarla en Internet.
Seis mineros trabajaban en un túnel muy profundo extrayendo minerales desde las entrañas de la tierra. De repente un derrumbe los dejó aislados del afuera sellando la salida del túnel. En silencio cada uno miró a los demás. De un vistazo calcularon su situación. Con su experiencia, se dieron cuenta rápidamente de que el problema sería el oxígeno. Si hacían todo bien les quedaban unas tres horas de aire, cuando mucho tres horas y media.
Mucha gente de afuera sabría que ellos estaban allí atrapados, pero un derrumbe como este significaría horadar otra vez la mina para llegar a buscarlos. ¿Podrían hacerlo antes de que se terminara el aire?
Los expertos mineros decidieron que debían ahorrar todo el oxígeno que pudieran. Acordaron hacer el menor desgaste físico posible, apagaron las lámparas que llevaban y se tendieron todos en el piso. Enmudecidos por la situación e inmóviles en la oscuridad era difícil calcular el paso del tiempo.
Incidentalmente sólo uno de ellos tenía reloj. Hacia él iban todas las preguntas: “¿Cuánto tiempo pasó? ¿Cuánto falta? ¿Y ahora?”. El tiempo se estiraba, cada par de minutos parecía una hora y la desesperación ante cada respuesta agravaba aun más la tensión.
El jefe de los mineros se dio cuenta de que si seguían así la ansiedad los haría respirar más rápidamente y esto los podía matar. Así que ordenó al que tenía el reloj que solamente él controlara el paso del tiempo. Nadie haría más preguntas, él avisaría a todos cada media hora.
Cumpliendo la orden, el del reloj controlaba su máquina. Y cuando la primera media hora pasó, él dijo: “ha pasado media hora”. Hubo un murmullo entre ellos y una angustia que se sentía en el aire.
El hombre del reloj se dio cuenta de que a medida que pasaba el tiempo, iba a ser cada vez más terrible comunicarles que el minuto final se acercaba. Sin consultar a nadie decidió que ellos no merecían morirse sufriendo. Así que la próxima vez que le informó la media hora, habían pasado en realidad 45 minutos.
No había manera de notar la diferencia así que nadie siquiera desconfió.
Apoyado en el éxito del engaño la tercera información la dio casi una hora después. Dijo: “pasó otra media hora”... y los cinco creyeron que habían pasado encerrados, en total, una hora y media y todos pensaron en cuan largos se le hacía el tiempo.
Así siguió el del reloj, a cada hora completa les informaba que había pasado media hora.
... Entre tanto la cuadrilla apuraba la tarea de rescate, sabían en qué cámara estaban atrapados y que sería difícil poder llegar antes de cuatro horas. Llegaron a las cuatro horas y media. Lo más probable era encontrar a los seis mineros muertos. Encontraron vivos a cinco de ellos. Solamente uno había muerto de asfixia... ¡El que tenía el reloj!
... Entre tanto la cuadrilla apuraba la tarea de rescate, sabían en qué cámara estaban atrapados y que sería difícil poder llegar antes de cuatro horas. Llegaron a las cuatro horas y media. Lo más probable era encontrar a los seis mineros muertos. Encontraron vivos a cinco de ellos. Solamente uno había muerto de asfixia... ¡El que tenía el reloj!
¿Por qué me vino a la mente esta historia? Porque creo que nos pasa igual en la vida. Llega un punto en el que empezamos a pensar en el tiempo que nos queda de vida, en que ya somos viejos para aprender cosas, para hacer ciertas cosas que queríamos hacer hace algunos años. De alguna manera, nos pasa como a los mineros, que al saber que el tiempo es limitado, nos dedicamos más a morir que a vivir. Tenemos una idea establecida sobre a qué edad una persona es “vieja”, pero en realidad eso lo impone uno mismo. Conozco a personas que a los 50 años son viejas, porque así lo decidieron, ya se dieron por vencidas; en cambio, otras personas tienen 80 años y se les nota una vitalidad, unas ganas de vivir... Todo depende de uno mismo, de cuándo uno se autodeclara que vivió suficiente, en ese punto comienza un proceso de decaimiento. En ese momento llevamos cuenta de cuántos minutos faltan para que se acabe el aire.
¿Quieres vivir feliz? ¿Quieres vivir hasta tu último minuto? No te preocupes por el tiempo que queda... vive como si no cumplieras años, libre del tiempo.
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